Un espacio luminoso, diáfano, de 10 m de lado, ubicado en la pradera, sin direcciones dominantes, con el acceso volcado sobre el camino de adoquines que flanquea el viaducto del tren. El cerramiento de vidrio esmerilado sugiere las formas sin definirlas, y está cortado por rajas verticales transparentes dispuestas de manera aleatoria que permiten apreciar retazos del entorno, imágenes como cuadros verticales que se recomponen creando una realidad a medida. Tal como el proceso de lectura del diario, se va recortando y armando la información intencionadamente, a medida del lector. De noche se invierte la situación, el espacio se convierte en una caja de luz con ventanas verticales que permiten descomponer y armar fragmentos del interior. De planta cuadrada, con una sola columna excéntrica y un techo que se eleva hacia el perímetro, como una cubierta casi inexistente, reforzando la idea de luminosidad.